sábado, 28 de mayo de 2016

Esto va a las cajitas...

"Cuando mi abuela se quedó viuda, cuando ya tenía a sus hijos criados y peleando con hipotecas e hijos, se sintió sola por primera vez en mucho tiempo.
Algunas tardes yo iba a verla y la descubría en su sofá lleno de pañitos de punto, rodeada de cajitas.

Eran esas cajitas metálicas de Colacao oxidadas que, cuando yo llegaba, ella cerraba y dejaba en la mesita para que echáramos la tarde hablando de cómo estaba el tiempo, de la cantidad de delicuencia que ella veía por la tele y de cómo se preparan unas manitas de cordero de esas que te dejan los labios pegajosos.

Cuando murió, fuimos a su casa a hacer esas cosas tan feas de: “Tú te quedas con esto, porque la tía Juli ha dicho que quiere esto”. Mientras los hijos repartían las cuatro cosas, yo buscaba en las alacenas de madera oscura para averigüar por fin, qué tenían esas cajitas.

No os vais a sorprender, no es una historia misteriosa, es una historia normal. Aquellas cajitas tenían recuerdos. Fotos, muñecos, un reloj, unos pendientes… Cosas que sólo tenían significado para ella, para mí cachivaches, para ella, su vida.

Aprendí de mi abuela que en la vida, hay que ir llenando cajitas, para cuando ya no haya mucho más que recuerdos. Que hay un momento hacia el final, cuando por delante ya no queda casi camino, en que te gustará rebobinar, hacer balance y pensar: Ha merecido la pena.

Desde entonces, siempre que he vivido un momento importante, interesante, inolvidable, me he dicho para dentro: Esto va a las cajitas."

Arturo González Campos

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